La aviación siempre tuvo problemas con la presión atmosférica… Y las lapiceras estilográficas también. Las originales tenían un depósito de goma que se llenaba con tinta haciendo vacío en él (apretando la goma era fácil) y sumergiendo la pluma en un tintero. Después se limpiaba la pluma con un papel secante y estaba lista para escribir. En esos tiempos no se habían inventado los rollos de cocina.
Pero esas lapiceras además eran un barómetro, porque la presión del aire que siempre quedaba en el depósito era constante (o más o menos constante según el diseño de la lapicera), y si la presión exterior variaba podía impulsar la tinta hacia el exterior de la lapicera, haciendo por lo tanto un manchón.
Por lo general las diferencias de presión en el uso normal de una lapicera no son importantes, y los usuarios en general toleraban esta limitación, pero cuando se popularizaron los aviones el problema se generalizó entre los pasajeros, que por su status social eran usuarios de estilográficas, y las manchas en la ropa se hicieron comunes.
La solución que ofrecieron las aerolíneas fueron unas bolsitas alargadas de celofán, que se repartían antes del despegue, donde los pasajeros guardaban sus lapiceras hasta el aterrizaje. Por lo general la tinta se derramaba dentro de la bolsita y la ropa quedaba a salvo. La limitación era que no se podía escribir a bordo, pero para eso estaban los lápices.
El problema surgió cuando escribir a bordo se convirtió en una necesidad ineludible de la aviación militar. Ese fue un problema grave durante la Segunda Guerra Mundial, y se solucionó usando bolígrafos (biromes para los rioplatenses), un nuevo tipo de lapicera inventada por los hermanos Laszlo y George Biro, que podía funcionar sin problemas con cambios de presión y, además, por utilizar tintas muy viscosas, dificultaban su derrame.
La historia dice que durante la guerra la firma Eversharp compró una licencia para fabricar las novedosas lapiceras, y que su primer cliente importante fueron las fuerzas armadas, precisamente para usarlas en sus aviones.
Era la solución a un problema concreto de los pasajeros aéreos, que en la postguerra crecerían de modo exponencial. Eversharp rápidamente buscó posicionar el nuevo producto, al que no dudaba de calificar de mágico.
Este aviso se publicó en Selecciones (Reader’s Digest) en abril de 1943, cuando todo lo que tuviera que ver con el esfuerzo de guerra prestigiaba a cualquier industria norteamericana. Fabricar lapiceras no era fabricar armas, pero era aportar una tecnología novísima a las fuerzas armadas, y al mismo tiempo anunciaba a los futuros pasajeros que podrían escribir a bordo de los aviones, una de las tantas maravillas que vendrían con la postguerra.
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